Nuestra sociedad, nuestra cultura, maneja el tema de la muerte así,
dando la espalda. Si podemos esquivarla, mejor. Nunca nos viene bien. Por eso usamos el humor a veces, porque nos
ayuda a llevar mejor el tema, a quitarnos temores,.. sobre todo hacia lo desconocido.
Nuestro contexto cultural valora a los jóvenes, a los fuertes, ricos,
inteligentes y bellos (al menos, parecerlo).
La muerte es un tabú, algo misterioso de lo que no se puede hablar.
Pero ¿es posible vivir de espaldas a la muerte?
Cada año mueren 56 millones de personas. Si cada muerte afecta a cinco
personas, el total de afectados es de 300 millones (el 5% de la población
mundial).
El desafío tecnológico de prolongar la vida ha adquirido la prioridad
sobre la calidad de vida. No siempre lo técnicamente posible es lo éticamente
correcto. La medicina científica alimenta cada vez más expectativas de salud
perfecta y longevidad. Políticos, medios e industria farmacéutica aprovechan
estos procesos.
Empeñarnos a prolongar la vida a cualquier precio es costoso
(monetariamente y como experiencia de vida y muerte). No sabemos cómo
afrontar la muerte. Se nos despoja de
herramientas para afrontar esta experiencia vital.
Pero la muerte es el final inevitable de la vida, y es impredecible,
arbitraria e injusta, el fracaso de la medicina. La medicina no puede prometer
el alivio de todo el dolor y el
malestar. Creemos que tenemos derecho a una salud perfecta, cada vez toleramos
menos. La negación de la muerte produce agobio a pacientes y a médicos. “A mí no
se me puede morir”.
¿De qué se trata, de aprender a morir o a vivir? Hay que enseñar a vivir hasta el final. No forman a nadie, ni a los
sanitarios, a afrontar la muerte, y tampoco a vivir.
Nuestra tarea, en parte, es esta función de ser testigo, de hacer acto de presencia en ese momento tan crucial,
y hacer de puente entre esta persona y otras que ya han muerto, no abandonarles,
seguir estando presentes.
Ojalá seamos capaces de, cuando no podamos curar, permanecer al lado,
acompañando, y seguir siendo testigos. No poner por delante nuestros objetivos,
sino escuchar lo que la otra persona quiere.
¿Para qué sirve la muerte? Hemos perdido todo sentido del valor de la
muerte. La muerte es componente de la
vida. ¿Qué pasaría si la muerte no existiera? ¿Qué tiene más valor, una
vida extensa o intensa?
“La tarea de la muerte es obligar al hombre a abordar las cosas
esenciales (S. Lindquist). Intentemos vivir con intensidad. Una vida plena
parece hacer más fácil la muerte. “Confieso que he vivido” (P.Neruda). No tener
tareas pendientes.
¿Qué es una buena muerte? ¿Qué forma de morir queremos para nosotros o para
nuestros seres queridos? Sólo se muere una vez, pero hay muchas formas de
morir:
.. Muerte súbita
.. Declive constante, enfermedad en declive. Ej: cáncer.
.. Lento declinar, con frecuentes crisis. Ej: Insuficiencia cardíaca,
respiratoria,..
.. Progresivo declive, con pocas crisis, pero muy dependientes, lento
caminar hasta el final.
A veces el cuerpo y la mente no van juntos en el declive. A veces el
cuerpo falla antes y entonces se produce el miedo y la rabia. Otras veces la
mente puede reconciliarse con la idea y nos prepara antes de que el cuerpo muera.
Hay que tratar que los dos tiempos (mente y cuerpo) vayan en armonía.
El principal empeño humano es encontrar sentido a la vida y construir
un relato coherente de vida que dé sentido a la experiencia.
Es importante que la persona que está acompañando al paciente sea
testigo de un relato de vida, que legitime su interpretación y afirme su valor,
el valor de la vida de una persona. Al final de la vida es importante volver a
contar y revivir los hechos notables de la vida; esto sirve de consuelo
auténtico y real.
Tareas en este caminar:
Perdonar
Dar las gracias
Decir “Te quiero”
Decir “Adios”.
¿Qué son las cosas esenciales? ¿Hacer cosas? ¿Trabajar?
Ser y vivir.
Se trata de transiciones vitales existenciales por experiencias que
marcan la vida y ayudan a dar la vuelta a las propias creencias,.. La muerte
tiene este poder, transformarnos, a cada uno de forma diferente.